sábado, 24 de noviembre de 2018


Manuel Jesús de Abreu:
 Un portugués en Portuguesa





Por Mario Manzanares Parra
En el ocaso de la II guerra Mundial, llegaron a Venezuela procedente de casi toda Europa emigraciones de personas que lo habían perdido todo, producto de la ambición de algunos que se creen Dios, creyendo que pueden decidir por la vida y el futuro de los demás.
Esos hombres y mujeres llegados desde Portugal, Italia, Francia, Alemania, entre otras naciones, comenzaron a poblar a una Venezuela que también había sufrido el combate muchos años antes producto de la guerra de Independencia y luego la guerra Federal. Que causaron a nuestro país miles de fallecidos, amén de los muertos que han dejados las dictaduras que nos gobernaron por casi cien años.
El puerto de La Guaira fue objeto de llegadas de embarcaciones de gran calado, sobre todo cargueros, donde llegaron emigrantes a este país extraño para ellos, pero lleno de bondades. Llegaron cargados de deseos  e ilusiones para rehacer sus vidas, sus familias y echar raíces en este suelo de oportunidades para ellos.
En 1945, llega a La Guaira un humilde hombre de pequeña estatura proveniente de Portugal, este humilde portugués era Manuel Jesús de Abreu, allá encalló por vez primera, y unos años después llegaría a Acarigua, tierra que lo recibió con amor; aquí se estableció, hizo familia y contribuyo con el crecimiento de la ciudad, aquella a la que un dial leo vivió 66 años, hasta que un día su cansado cuerpo nos dejó, nunca más se ira de Acarigua.
Con tan solo 29 años, joven aun comienza su periplo en esta su segunda patria, Venezuela era gobernada por el General Isaías Medina Angarita, gobierno este que brindo todo el apoyo a los emigrantes europeos, dándoles una nueva vida, llena de esperanzas para triunfar.
Don Manuel de Abreu, su primera parada luego de pisar puerto agarro su maleta y tomo rumbo hacia el oriente del País, buscaba donde olvidar la guerra y sobre todo establecerse, al parecer no le gusto el clima oriental y lo que le ofrecían por allá. Tomo sus maletas otra vez y tomo por asalto a los Andes, del calor al frio, llegó a Mérida donde duro unos años residenciado, y ya con 35 años encima emprende un definitivo puerto y llega a Portuguesa, al llano y se establece en Acarigua, hasta la ora de su muerte.
Durante su estadía en esta tierra, se reside en la Fundación Mendoza, y funda el archiconocido “Bar El Lusitano” frente a la plaza Bolívar, donde aún se mantiene, donde Don Abreu abrió sus puertas.
Fueron 60 años laborando por la ciudad y su  crecimiento, en Acarigua crio a su familia María y Manuel de Abreu, y a su hijo natural Pablo, un hombre de trabajo.
A este hombre de bien, ya en su decadencia, en el ocaso de su vida, se observaba cada tarde sentado debajo de la sombra de un frondoso jabillo en el canal frente al Jacinto Lara, frente a  su casa.
Cada tarde cruzaba la prolongación y  de la Libertador  y cogía palco, con 90 años a cuesta aún era un gran conversador y dicharachero, le gustaba contar chistes y sus anécdotas, hablaba un español muy enredado, no se pudo sacar el portugués de su hablar; en mis tertulias con el disfrute mucho de sus enredada lengua, trataba de entenderlo y disfrutar de su gentil compañía aunque fuera por pocos minutos.
Cada Tarde Don Manuel, parecía que conocía la ora que yo pasaba por el lugar, ahí siempre estaba el esperándome para conversar, yo no rehuía. Me conto las penurias de la guerra y todo lo que sufrió. Estaba agradecido de Venezuela que abrió sus puertas y a los venezolanos el corazón, y me decía que él nunca dejaría sus raíces portuguesas, aunque se sentía más venezolanos que de muchos nacidos aquí.
A los 95 años, casi un silo, Don Manuel de Abreu fallece dejando un vacío para sus familiares y para los que tuvimos el honor de conocerlo. Se nos fue el viejo Manuel, ya el jabillo frondoso no escuchara mas su voz, ya no lo cobijara del sol con su frondoso follaje el cuerpo curtido por los años de este gran viejo, que a solas le contaba sus penas, sus amores, sus penurias, sus chistes, con palabras que solo ellos dos comprendían.
La banqueta llora su partida, Don Manuel ya no la utilizara más, ya no sentirá su calor, ni su risa triste, su melancólica voz; el canal ya no escuchara su penosa tos pesada, que hacia vibrar su pequeño cause.
Ya no se escucharan más sus chistes, los que se lloraban entender, igual nos reíamos. Si se cayó para siempre Don Manuel, ahora espera a sus compatriotas en los puertos del cielo, para conversar como solo él lo sabía hacer en la tierra, Don Manuel Jesús de Abreu, que Dios lo ponga en su santo lugar.






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