Manuel Jesús de Abreu:
Un portugués en Portuguesa
Por Mario Manzanares Parra
En el ocaso de la II guerra Mundial, llegaron
a Venezuela procedente de casi toda Europa emigraciones de personas que lo habían
perdido todo, producto de la ambición de algunos que se creen Dios, creyendo
que pueden decidir por la vida y el futuro de los demás.
Esos hombres y mujeres llegados desde Portugal,
Italia, Francia, Alemania, entre otras naciones, comenzaron a poblar a una
Venezuela que también había sufrido el combate muchos años antes producto de la
guerra de Independencia y luego la guerra Federal. Que causaron a nuestro país
miles de fallecidos, amén de los muertos que han dejados las dictaduras que nos
gobernaron por casi cien años.
El puerto de La Guaira fue objeto de llegadas
de embarcaciones de gran calado, sobre todo cargueros, donde llegaron
emigrantes a este país extraño para ellos, pero lleno de bondades. Llegaron
cargados de deseos e ilusiones para rehacer
sus vidas, sus familias y echar raíces en este suelo de oportunidades para
ellos.
En 1945, llega a La Guaira un humilde hombre
de pequeña estatura proveniente de Portugal, este humilde portugués era Manuel Jesús
de Abreu, allá encalló por vez primera, y unos años después llegaría a Acarigua,
tierra que lo recibió con amor; aquí se estableció, hizo familia y contribuyo
con el crecimiento de la ciudad, aquella a la que un dial leo vivió 66 años, hasta
que un día su cansado cuerpo nos dejó, nunca más se ira de Acarigua.
Con tan solo 29 años, joven aun comienza
su periplo en esta su segunda patria, Venezuela era gobernada por el General Isaías
Medina Angarita, gobierno este que brindo todo el apoyo a los emigrantes
europeos, dándoles una nueva vida, llena de esperanzas para triunfar.
Don Manuel de Abreu, su primera parada luego
de pisar puerto agarro su maleta y tomo rumbo hacia el oriente del País,
buscaba donde olvidar la guerra y sobre todo establecerse, al parecer no le gusto
el clima oriental y lo que le ofrecían por allá. Tomo sus maletas otra vez y
tomo por asalto a los Andes, del calor al frio, llegó a Mérida donde duro unos
años residenciado, y ya con 35 años encima emprende un definitivo puerto y llega
a Portuguesa, al llano y se establece en Acarigua, hasta la ora de su muerte.
Durante su estadía en esta tierra, se
reside en la Fundación Mendoza, y funda el archiconocido “Bar El Lusitano”
frente a la plaza Bolívar, donde aún se mantiene, donde Don Abreu abrió sus
puertas.
Fueron 60 años laborando por la ciudad y
su crecimiento, en Acarigua crio a su
familia María y Manuel de Abreu, y a su hijo natural Pablo, un hombre de
trabajo.
A este hombre de bien, ya en su
decadencia, en el ocaso de su vida, se observaba cada tarde sentado debajo de
la sombra de un frondoso jabillo en el canal frente al Jacinto Lara, frente
a su casa.
Cada tarde cruzaba la prolongación
y de la Libertador y cogía palco, con 90 años a cuesta aún era
un gran conversador y dicharachero, le gustaba contar chistes y sus anécdotas, hablaba
un español muy enredado, no se pudo sacar el portugués de su hablar; en mis
tertulias con el disfrute mucho de sus enredada lengua, trataba de entenderlo y
disfrutar de su gentil compañía aunque fuera por pocos minutos.
Cada Tarde Don Manuel, parecía que
conocía la ora que yo pasaba por el lugar, ahí siempre estaba el esperándome
para conversar, yo no rehuía. Me conto las penurias de la guerra y todo lo que sufrió.
Estaba agradecido de Venezuela que abrió sus puertas y a los venezolanos el
corazón, y me decía que él nunca dejaría sus raíces portuguesas, aunque se
sentía más venezolanos que de muchos nacidos aquí.
A los 95 años, casi un silo, Don Manuel
de Abreu fallece dejando un vacío para sus familiares y para los que tuvimos el
honor de conocerlo. Se nos fue el viejo Manuel, ya el jabillo frondoso no escuchara
mas su voz, ya no lo cobijara del sol con su frondoso follaje el cuerpo curtido
por los años de este gran viejo, que a solas le contaba sus penas, sus amores,
sus penurias, sus chistes, con palabras que solo ellos dos comprendían.
La banqueta llora su partida, Don Manuel
ya no la utilizara más, ya no sentirá su calor, ni su risa triste, su melancólica
voz; el canal ya no escuchara su penosa tos pesada, que hacia vibrar su pequeño
cause.
Ya no se escucharan más sus chistes, los
que se lloraban entender, igual nos reíamos. Si se cayó para siempre Don
Manuel, ahora espera a sus compatriotas en los puertos del cielo, para
conversar como solo él lo sabía hacer en la tierra, Don Manuel Jesús de Abreu,
que Dios lo ponga en su santo lugar.
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